Aunque más relacionada con aspectos evolutivos que con la arquitectura en sí misma, la fragilidad física inherente de los seres humanos ha requerido, desde tiempos prehistóricos, que protejamos nuestros cuerpos y nuestras edificaciones de los elementos externos. Como ejemplo, a partir de las chozas primitivas utilizadas en las primeras formas de arquitectura doméstica, se empleaban pieles como cubierta exterior para restringir el flujo de aire y, en consecuencia, regular el ambiente interior.
Posteriormente, hemos observado una evolución que muestra claramente avances en técnicas de aislamiento, pasando de materiales vernáculos como el adobe a un aumento en el grosor de las paredes utilizando piedra o ladrillo, llegando finalmente a las paredes de cavidad desarrolladas en el siglo XIX, que dejaban una pequeña cámara de aire entre una cara exterior y una cara interior de la pared. Su posterior popularización llevó a la introducción de aislamiento entre ambas caras, un sistema ampliamente reconocido y utilizado hoy en día, y que ha sentado las bases para futuros desarrollos en este campo.