El archipiélago catalán está conformado, en casi toda su extensión, por una pequeña sierra que lo acompaña, creciendo desde la línea de costa, tangente al mar formando acantilados; hasta la docena escasa de kilómetros que conforman su máxima expresión.
A la arquitectura propia de esa porción costera de terreno se la suele catalogar, recurrentemente, como arquitectura catalana; obviando y contaminando la arquitectura propia de tierra adentro, oscura, sombría, pesada, matérica. Una arquitectura –la interior- de digestiones lentas, de contraluces y aire inmóvil, que huele diferente.
Al noreste, hayamos una comarca donde las hayas permanecen inmóviles y crecen a una altura inferior a cualquier otro sitio del país. Donde la luz es más suave, difuminada; donde las sombras son más tenues y más profundas. Donde llueve diferente. Donde se habla diferente. Donde las masías son diferentes. Ahí viven. Ahí trabajan. Hablamos de Olot. Hablamos de RCR.