Si en algo pueden estar de acuerdo varios arquitectos peruanos -encabezados por Frederick Cooper- es en la pobreza arquitectónica de la obra de Freddy Mamani Silvestre, catalogada -no sé si bien o mal- como ‘neoandina’ y vagamente como ‘cholets’.
"La producción de Mamani carece totalmente de valor arquitectónico y reposa más bien sobre una forma decorativa, producto de la crisis educativa en Bolivia. Hay un disfuerzo en la búsqueda de esa concurrencia de materiales estridentes, colores chirriantes y de una extravagancia estética que no le hace justicia al Tiahuanaco, sino que son una afrenta hacia su legado. Lo penoso es que este modelo se repite en plazas y parques de la sierra peruana, donde la ignorancia alumbra monumentos ridículos con velos progresistas". (Cooper, 2014)
Afirmaciones como estas están dentro de lo predecible. Me atrevería a decir que esta negación casi maquinal de la arquitectura de Mamani, en El Alto, Bolivia, tiene trasfondos más allá de los arquitectónicos. Estos pueden encontrarse en el útil artículo Incas sí, indios no de Cecilia Méndez.