Con ciudades cada vez más verticales, los edificios han encontrado formas de aprovechar las ventajas que los techos pueden traer en medio de la vida urbana. A través de salones de baile, restaurantes, piscinas y otros programas, la arquitectura contemporánea ha ganado acceso a la luz solar, la ventilación natural y también a un horizonte a partir de la ocupación de los techos, convirtiéndolos en un atractivo comercial para desarrollos residenciales y comerciales. Pero el interés por apreciar la ciudad desde este punto de vista no es fruto únicamente de la verticalización, ni es una alternativa meramente técnica.
Mark Dorrian recuerda, en su ensayo The aerial view: notes for a cultural history, que, para Freud, la transición a la verticalidad de la especie humana es un momento crítico en nuestra evolución cultural, consecuencia de cuando el hombre ascendió del suelo, levantando así los ojos y dejando al descubierto sus genitales. Este argumento señala cómo el cambio de perspectiva humana puede despertar una serie de reflexiones que conforman nuestra comprensión del mundo. Pasar del suelo a la cima, cambiar nuestro punto de vista para ampliarlo y buscar un mayor alcance, es un hábito humano, una herramienta, de la que nos aprovechamos.
Históricamente, el concepto de posicionarse en lo alto es muy utilizado en la lógica militar, como artificio para el control del territorio, para la protección y también para el ataque. Los castillos suelen estar ubicados en puntos altos y estratégicos, para que puedan ver su entorno y levantar defensas cuando sea necesario. Las fortalezas solían tener torres más altas desde las que observar. También en esta lógica, las iglesias y templos religiosos se posicionaron en los puntos más altos de las ciudades, no sólo como herramienta de defensa y control de la población, sino también como demostración de poder, de conexión con el cielo, desde donde se creía que estaba más cerca de los dioses.
La relación entre la vista aérea y el poder se revela a través de las arquitecturas históricas. En los grandes palacios, por ejemplo, la plataforma principal siempre está en el centro, en un punto alto, preferiblemente frente a una gran explanada, desde donde el líder puede observar con seguridad a la multitud. Además, en las casonas, palacios y casonas de los siglos XIX y XX, el área de servicio, así como los cuartos de esclavos de las casas coloniales, solían estar ubicados en los pisos más cercanos a la planta baja y tenían accesos ajenos a la entrada principal de los aristócratas, mientras que el alojamiento de los dueños de las casas se mantuvo siempre en los pisos superiores, con más luz y vistas de toda la propiedad.
A medida que las ciudades se hicieron más complejas y verticales, esta lógica también se reprodujo dentro del tejido urbano. Los grandes rascacielos se han convertido en un símbolo de desarrollo, poder económico y político. El Empire State, construido en la década de 1930 en Estados Unidos y conocido por ser el primer gran rascacielos del mundo, desde un principio cuenta con un mirador en su cima, desde donde la población podía deslumbrarse con la vista de la ciudad de Nueva York. Los binoculares y los catalejos permitieron ver más de cerca los detalles de la ciudad a continuación. Con el auge del capitalismo, junto con la verticalización, surge una nueva ventaja: disfrutar del interés por la perspectiva aérea y convertirla en una mercancía; vender la vista, transformándola en entretenimiento.
La perspectiva aérea suma razones para su apreciación: es un lugar exclusivo, desde donde el sujeto se protege y tiene una visión de todo el territorio, desde donde se acerca a Dios y tiene la sensación de control, o visión de la totalidad, dando poder a quien desde allí analiza su entorno. Michel de Certeau, en su libro "A invenção do cotidiano. Artes de fazer" (La invención de lo cotidiano. El arte de hacer), narra una visita al antiguo World Trade Center, que resume nuestra relación con las alturas:
El cuerpo ya no está entrelazado por las calles que lo hacen girar y girar según una ley anónima: ni poseído, ni jugado ni tirado, por el ruido de tantas diferencias y por el nerviosismo del tráfico neoyorquino. El que sube a la cima escapa a la masa que carga y aplasta en sí misma cualquier identidad de autores o espectadores.
— Michel de Certeau, A invenção do cotidiano. Artes de fazer
Para Certeau, al partir desde abajo, desde las calles, las aceras y las multitudes, para luego subir al techo, a la cima, se gana una perspectiva externa, un observador de la ciudad, un miron elevado. Agrega que la vista aérea es “en definitiva, una fotografía que tiene como condición de posibilidad el olvido y el desconocimiento de las prácticas”. Así, nuestra contemplación de vistas aéreas y skylines de las grandes ciudades responde también a una necesidad humana de respirar, de cambiar de perspectiva, de poder verse fuera de la masa y observarla como objeto.
Al mismo tiempo que esta es una característica humana, también es una herramienta que sirve para distanciarse de los problemas urbanos y sociales que solo se ven y se viven “abajo”. Es difícil bajar cuando estás en la cima. No en vano los áticos son los más valorados, así como los restaurantes dedicados a públicos exclusivos, los cuales siempre se vinculan a la parte más rica de la sociedad, distanciando a estos estratos de las vivencias cotidianas del tejido urbano. El desapego es, sin embargo, una ilusión, y esta perspectiva elevada también forma parte de la ciudad y sus problemas. Posicionarse como este punto que todo lo ve, dice Certeau, es "la ficción del conocimiento".
Referencias
DORRIAN, Mark, 2007. The aerial view: notes for a cultural history.
CERTEAU, Michel de, 2014. A invenção do cotidiano. Artes de fazer.
