Las ciudades están tan arraigadas en la historia de la humanidad que difícilmente nos preguntamos por qué vivimos en ellas o cuál es la razón por la que nos agrupamos en asentamientos urbanos. Ciro Pirondi, arquitecto brasileño, señala que vivimos en ciudades porque nos gusta tener a alguien con quien hablar, mientras que Paulo Mendes da Rocha clasifica la ciudad como "la obra suprema de la arquitectura". La ciudad es el mundo que el hombre construye para sí mismo. Son inmensas construcciones colectivas, palimpsestos, collages de capas de historias, logros, éxitos y fracasos.
La Tierra ha sido principalmente urbana desde 2007. Y se espera que en 2050 el 70% de las personas vivan en ciudades. En los próximos años las megaciudades con más de 10 millones de habitantes se multiplicarán, principalmente en Asia y África, y muchas de ellas se ubican en países aún en desarrollo. Esta proyección despierta una alarma en relación a la sostenibilidad y el cambio climático que catalizan las ciudades. Y, por supuesto, sobre cómo resguardar la calidad de vida de sus habitantes y cómo permitirles prosperar y desarrollarse en contextos que, muchas veces, no son los ideales. ¿Cómo recibirán estos asentamientos urbanos este aumento de población? Si bien sus antiguos centros requerirán cambios y mejoras, sus periferias requerirán el diseño de nuevas viviendas e instalaciones públicas, además de una infraestructura adecuada. ¿Cómo puede este proceso ayudar a que los centros urbanos se vuelvan inteligentes, utilizando la tecnología ya disponible a favor de sus habitantes de forma creativa y eficiente?
“Se espera que la población urbana mundial crezca un 63% entre 2014 y 2050 en comparación con el 32% de crecimiento total de la población en el mismo período. El aumento más rápido ocurre en las megaciudades con más de 20 millones de habitantes y ubicadas principalmente en países en desarrollo. Esta tendencia crea desafíos de sostenibilidad sin precedentes". [1] Aunque las nuevas tecnologías, demandas y formas de vida surgen con el paso del tiempo, hablar de cómo viviremos, consumiremos, nos moveremos y cómo construiremos y reconstruiremos nuestras ciudades engloba gran parte de los desafíos que debe afrontar la humanidad. En un mundo cada vez más preocupado por el cambio climático, cada una de estas tareas desempeña un papel clave. Según el informe Smart Sustainable Cities: Reconnaissance Study, las ciudades son responsables del 67% de la demanda mundial de energía y consumen el 40% de toda la energía. Los centros urbanos son responsables del 70% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, contribuyen al cambio climático y enfrentan cada vez más desastres naturales. Las ciudades son el escenario de la mayor parte de la tensión social provocada por el aumento de la desigualdad y el desempleo, la contaminación del aire y el agua, la congestión, la violencia y la delincuencia. Al mismo tiempo, ofrecen oportunidades para el desarrollo económico: es en los centros urbanos donde se genera el 80% del producto interno bruto mundial y sus ciudadanos tienden a ganar más.
Las ciudades también muestran grandes desigualdades. En el mundo, más de mil millones de ciudadanos viven hoy en asentamientos urbanos informales o marginales; áreas residenciales urbanas densamente pobladas, compuestas por unidades habitacionales pequeñas y precarias, atendidas por infraestructura deteriorada o deficiente, y habitadas principalmente por personas de bajos recursos. Viviendas inseguras y poco saludables (por ejemplo, con falta de ventilación adecuada o filtraciones de agua); acceso limitado a servicios básicos (agua, baños, electricidad, transporte); superpoblación; estructuras frágiles sin la tenencia segura de la tierra, es la realidad para aproximadamente 1/6 de la población mundial, y el 80% de este número se atribuye a tres regiones: Asia oriental y sudoriental (370 millones), África subsahariana (238 millones) y Asia central y meridional (227 millones). Se estima que 3.000 millones de personas necesitarán de viviendas adecuadas para 2030. Especialmente en los países en vías de desarrollo, la vivienda es un problema crítico para una gran parte de la población. Christophe Lalande, experto en el tema de Un-Habitat, dice que "la vivienda es un gran desafío, porque es el punto de acceso a la inclusión económica, social y cultural. Debe ser intrínsecamente sustentable, lo que significa que debe construirse de tal manera que brinde estabilidad y condiciones de vida confiables durante un largo período. Este es un tema crucial, especialmente para los migrantes, porque el acceso a un hogar adecuado es una condición previa para una integración efectiva".
Es importante que el tema de la vivienda no solo se aborde cuantitativamente, como suelen hacer muchos gobiernos. La vivienda debe estar integrada con la ciudad, cerca de los puestos de trabajo, el transporte y los atractivos que ofrece la vida urbana. Las urbanizaciones aisladas han demostrado en repetidas ocasiones que no son la mejor solución. Además, proporcionar edificios más saludables y cómodos para una población que pasa el 80% de su tiempo en espacios interiores es fundamental, más aún si tenemos en cuenta que con la pandemia del Covid-19, la vivienda tuvo que recibir muchas funciones nuevas, convirtiéndose en un espacio de estudio para los niños y de trabajo para gran parte de los adultos.
Construir o renovar edificios, con efectos positivos en el bienestar de sus ocupantes y un impacto reducido en el medio ambiente a lo largo de su ciclo de vida, es un gran desafío. "Esto significa desarrollar soluciones que contribuyan al confort térmico, acústico y visual de los ocupantes y mejoren la calidad del aire interior, y que a su vez reduzcan el consumo energético de los edificios. Estas soluciones también deben conservar los recursos naturales y disminuir la huella de carbono, principalmente como resultado de la reducción de su peso, el aumento del material reciclado y de la capacidad de reciclaje al final de su vida útil. Finalmente, no deben suponer ningún riesgo para la salud y seguridad de los equipos de trabajo. Para eso contamos con la innovación, que debe, por supuesto, abordar todas estas cuestiones, pero también aportar mejoras significativas en el desarrollo de nuestros procesos de compra y fabricación". [2]
Además, la búsqueda de materiales adecuados y locales, así como de métodos constructivos más limpios y sin residuos, debe ser la regla y no la excepción. Densificar donde sea posible, es decir, en lugares donde existan infraestructuras adecuadas para ello, desplegando edificios multifuncionales, mezclando viviendas, comercios, espacios de ocio y trabajo y, siempre que sea posible, distintos tramos de ingresos, puede hacer que las ciudades sean más compactas, con una menor demanda de transporte. Además, es hora de repensar muchos conceptos preestablecidos, y todos estamos de acuerdo en que la pandemia impulso algunos cuestionamientos necesarios. ¿Necesitamos oficinas tan grandes ahora que el trabajo remoto ha demostrado ser viable? ¿O fueron todos nuestros viajes realmente esenciales?
Se sabe que la construcción civil consume grandes cantidades de recursos, juega un papel crucial en la liberación de carbono (con efectos que ya se sienten en las ciudades a través del efecto invernadero) y genera toneladas de residuos sólidos a diario. Si pensamos en reducir las emisiones de carbono y la generación de residuos, es imposible ignorar a la industria de la construcción. Nuestra economía actual continúa siguiendo una lógica lineal de 'extraer-transformar-desechar'. Una economía circular puede ofrecer oportunidades para repensar la forma en que producimos y usamos las cosas que necesitamos, y nos permite explorar nuevas maneras de garantizar la prosperidad a largo plazo. Pero la filosofía circular debe ir mucho más allá de la construcción.
Volviendo a las ciudades, podemos seguir hablando de una multitud de temas: producción y distribución de alimentos, gestión del agua, consumo y generación de electricidad, movilidad, y la lista continúa. Las ciudades son organismos voraces que demandan enormes cantidades de recursos, alimentos, energía, pero producen riqueza, conocimiento, al mismo tiempo que generan desechos y contaminación. Esta ecuación es cruel para los ecosistemas y ya estamos comenzando a sentir los efectos del cambio climático.
En los últimos años, se ha hablado mucho sobre las ciudades inteligentes, o smart cities, que optimizan la infraestructura y la gobernanza para involucrar mejor a los ciudadanos en la gestión de los servicios. Esto incluye sensores, sistemas y aplicaciones que recolectan una serie de datos, los cuales pueden ser analizados para incidir en la toma de decisiones en materias como movilidad, salud, manejo del agua y energía, vivienda, residuos sólidos, alcantarillado, entre muchos otros. Las aplicaciones del Internet de las cosas (IoT) basadas en la nube reciben, analizan y administran datos para ayudar a los gobiernos locales, las empresas y los ciudadanos a tomar mejores decisiones que mejorarán la calidad de vida. Es la idea de un urbanismo en red, donde la combinación del monitoreo y la retroalimentación ayudaría a generar ciudades más sostenibles y productivas.
"Las ciudades inteligentes que hacen un uso extensivo de las tecnologías digitales se han identificado como posibles soluciones a las presiones demográficas que enfrentan los países en vías de desarrollo, y pueden ayudar a satisfacer la creciente demanda de servicios e infraestructura. Sin embargo, el alto costo financiero involucrado en el mantenimiento de la infraestructura, el tamaño sustancial de las economías informales y varios desafíos de gobernanza están reduciendo el idealismo del gobierno hacia las ciudades inteligentes". [3] Sin embargo, aunque podemos imaginar ciudades bien consolidadas y ricas que implementan tecnología en su vida cotidiana, este concepto puede parecer muy ingenuo cuando todavía vemos a miles de personas sin acceso a condiciones de vida dignas. Esto plantea la pregunta: ¿puede la tecnología ser un aliado para contribuir a reducir todas estas desigualdades y mejorar la calidad de vida de todos los habitantes?
Algunos investigadores señalan que las iniciativas de las Smart Cities podrían contribuir a superar las limitaciones del desarrollo urbano tradicional, que tiende a gestionar los sistemas de infraestructura urbana por separado y sin una integración real entre los actores responsables. "Aprovechar el carácter difuso de los datos y servicios que ofrecen las tecnologías digitales, como la computación en la nube, el Internet de las cosas o los datos abiertos, permite que los diferentes actores de la ciudad se conecten, mejoren la participación ciudadana, ofrezcan nuevos y mejores servicios y brinden un mejor contexto. Sin embargo, el desarrollo de una Smart City es muy complejo, desafiante y específico para cada contexto. Los desafíos incluyen diferentes discursos utilizados por tecnólogos y políticos, una falta de capacidad para conectar los desafíos de sostenibilidad urbana con enfoques viables y presiones sobre la cohesión social y territorial que requieren soluciones de gobernanza únicas". [4] Los investigadores coinciden en que tales tecnologías son, de hecho, eficientes, cuando la población en su conjunto se involucra y comprende su importancia. Y este es un desafío aún mayor en los lugares más pobres.
¿Es la tecnología la "salvación" para nuestras ciudades, haciéndolas sostenibles, equitativas y, lo más importante, agradables para vivir? Por supuesto, pero nunca sola. Como señalan los investigadores Si Ying Tan y Araz Taeihag [3], el alto costo financiero involucrado en el mantenimiento de la infraestructura y el tamaño sustancial de las economías informales en los países en desarrollo representan desafíos únicos para los ideales de las ciudades inteligentes que deben resolverse. Además, privilegiar la tecnología como el núcleo del desarrollo de la ciudad inteligente sin alinearla con los valores públicos o comprender el alcance de las necesidades básicas de los ciudadanos transformaría a las ciudades inteligentes en meros "elefantes blancos". El estudio concluye que las ciudades inteligentes en los países en desarrollo solo pueden llevarse a cabo cuando se incorporan reformas socioeconómicas, humanas, legales y regulatorias simultáneas en las trayectorias de desarrollo a largo plazo. Condiciones contextuales, incluido el desarrollo social, la política económica y la dotación financiera del estado; alfabetización tecnológica y disposición de los ciudadanos a participar en el desarrollo de ciudades inteligentes; y factores culturales únicos son importantes para el desarrollo de ciudades inteligentes en los países en vías de desarrollo.
El calentamiento global, el aumento de recursos y la acumulación de residuos han aumentado la conciencia sobre los cambios necesarios en relación a la manera en que diseñamos, producimos y distribuimos productos y servicios. Además, hoy enfrentamos con fuerza la ineficiencia de nuestra ciudades, que pueden verse como el problema o como parte de la solución. Y quizás este sea un tema en torno al cual el mundo entero está comenzando a unirse. La historia nos muestra que los centros urbanos pueden reinventarse, rehacerse, mejorar o empeorar e incluso colapsar. Tomar en serio el uso de la energía y los recursos de manera más eficiente y, sobre todo, brindar una buena calidad de vida y oportunidades de acceso a la ciudad es vital. La tecnología puede desempeñar un papel fundamental, siempre que se utilice para el bien común.
Notas
[1] Estevez, Elsa, Lopes, Nuno and Janowski, Tomasz (2016). Smart Sustainable Cities: Reconnaissance Study. United Nations University Operating Unit on Policy-Driven Electronic Governance. Disponible en este link.
[2] Saint-Gobain Explore 2050. Home: In housing designed to last. Disponible en este link.
[3] Si Ying Tan, Araz Taeihagh. Smart City Governance in Developing Countries: A Systematic Literature Review. Disponible en este link.
[4] Francesco Appio, Marcos Lima e Sotirios Paroutis. Understanding Smart Cities: Innovation Ecosystems, Technological Advancements, and Societal Challenges. Disponible en este link.