Santiago Pradilla, un arquitecto artista que obtuvo mi interés por sus múltiples y apasionados intereses: se ha dedicado tanto a viajar y trabajar con pequeñas comunidades en asentamientos rurales, como a producir arquitectura de la mano de la rica historia de las ciudades de Colombia.
Conversamos acerca de la relación entre la academia, la autoconstrucción y la ruralidad; dialogamos sobre la exploración de otras disciplinas artísticas; indagamos en la importancia del patrimonio; y antes que nada, abordamos proyecciones para el futuro de la arquitectura colombiana.
En nuestro brevísimo encuentro en Bogotá mencionaste sobre una experiencia post-universitaria que te llevó a entender el rol del arquitecto de otra forma diferente. En esta te conectaste plenamente con una comunidad rural de Colombia. ¿podrías contarnos un poco más sobre esta experiencia y tu pensamiento sobre la brecha que hubo entre tu formación académica y tu práctica profesional?
Viajando y viviendo en pequeños asentamientos rurales en Colombia, entendí que muchos de los conceptos que aprendí en la universidad no aplican en estos lugares. Estas experiencias de habitar largos periodos en viviendas rurales campesinas fueron fundamentales para desaprender cosas que creía verdades absolutas en ese entonces. Lo increíble de las experiencias de Cupica, Guanacas y Bojayá es que ver esas vidas tan distintas me llevó a cuestionarme temas humanos profundos, que veinte años después continúo buscando y pensando en cada proyecto de arquitectura.
La obsesión es entonces desaprender y reinventar con cada proyecto temas como por ejemplo "idea de progreso" de "diversidad" o la importancia de las "preexistencias"....Un campesino hace quince años me dijo:
"Arquitecto, ya le entiendo, por desgracia nosotros crecimos con la historia de los tres cerditos; el que hace su casa en paja o madera no lo consideramos exitoso... solo aquel que construye su casa en material esta 'progresando' ".
Por eso especialmente aprecio los proyectos donde los edificios se insertan entre medianeras en un contexto que reconocen y potencian, aunque eso implique pasar desapercibidos. Admiro cada vez más esa arquitectura que sabe leer cuidadosamente las preexistencias, esa arquitectura que superó la obsesión de estar buscando “originalidad” y más bien nos remite a hermosas lecturas de la arquitectura popular o de grandes maestros.
-El mundo rural es una cuestión clave que señalas, que me interesa especialmente en relación a la crisis climática: sólo el 2% de la superficie del planeta está dado por las ciudades y parece que nos hemos olvidado del 98% que representa entre otras cosas, el campo, asociado muchas veces al mundo de la autoconstrucción. ¿Podrías opinar un poco sobre este asunto?
Mi Interés por la vivienda rural está muy relacionado con un interés muy personal por trabajar y promover la diversidad. Colombia es un país especialmente diverso desde su geografía, y cada lugar tiene una cultura, unas prácticas del habitar y unos códigos propios. La vivienda rural, honesta y sobria habla del paisaje, de territorio. Pero como todos sabemos tiende a homogenizarse pues quizá perseguimos todos un mismo imaginario de progreso...
Hay mucho en juego especialmente en un país como Colombia donde el conflicto armado ha impedido que el turismo transforme pequeños lugares, y ahora viene la avalancha ¿Estamos preparados para el pos-conflicto? El tema va mucho más allá de construir con materiales tradicionales pues no se trata de conservar tipologías arquitectónicas por puro romanticismo, se trata de lograr hacer viable unas formas de vida que sean coherentes en términos de consumo, ambientales y de paisaje.
En este sentido, ¿crees que tu relación con otras artes -como la escultura o la fotografía- te ayudaron a esto de repensar tu disciplina arquitectónica?
El arte, en general, para mí es un proceso fundamental que me ayuda a crecer como arquitecto y como persona. La construcción de un edificio se desarrolla en un periodo de tiempo demasiado largo en el que, muchas veces, se pierde la espontaneidad. Sin embargo, el arte, por tratarse de proyectos más cortos, me permite desarrollar ciertas inquietudes más viscerales, más del momento.
Tras la experiencia de la Garza, una iniciativa fascinante que hicimos en el barrio de Las Cruces, estoy especialmente interesado en buscar más estrategias para vincular artistas en la construcción colectiva de ciudad
El Premio Nacional de Arquitectura y Urbanismo 2019 otorgado por la Sociedad Colombiana de Arquitectos (SCA) te reconoció por el proyecto de Paisajes Residenciales, una vivienda económica con un interesante modelo de gestión que recupera el sector urbano a través de una tipología típica del sector. ¿Nos puedes contar un poco más sobre este y tu relación con la importancia de estar en contacto con la historia en Colombia?
Recibir el Premio Nacional de arquitectura es un honor inmenso, y me alegra mucho ver que muchas de esas ideas que fuimos cuajando con Sebastian en El taller de (s), en Pasajes Residenciales se hacen evidentes y se ponen sobre la mesa.
Me parece importantísimo insistir en reconocer las preexistencias, en adaptarnos a lo existente y potenciarlo, en reconocer el valor de la historia. Esto nos conduce a trabajar en escalas intermedias, reconocer que cada pequeño edificio ayuda a hacer ciudad y que la suma de muchos pequeños edificios es sin duda mucho más interesante que la ciudad de un solo megaproyecto.
En esta pequeña escala podemos hablar de la importancia de la mezcla de usos en la vivienda social e introducir el comercio, podemos hablar de la importancia de desincentivar el carro, y meternos a los centros consolidados. En esta escala de edificios podemos introducirnos en contextos deteriorados pero llenos de historia, podemos hacer edificios donde todos los apartamentos son distintos. En esta escala podemos explorar temas del oficio del arquitecto, esas obsesiones, quizá más personales, que tienen que ver con la materialidad, el manejo de la luz o simplemente reinterpretar alguna de las lecciones de nuestros grandes maestros.
El proyecto Pasajes Residenciales, compuesto por la construcción de tres edificios distintos y separados entre sí y la recuperación de la fuente de la Garza como acto simbólico, es entonces un proyecto que teje ciudad, un proyecto urbano abordado desde la reflexión de la vivienda social, desde el arte y la historia.
-Los muchos y nuevos desarrollos inmobiliarios parecieran no estar a veces muy alineados con la importancia de la historia que mencionas, ¿Qué opinas sobre esto?
La arquitectura se está transformando y siento que exige cada vez más que como arquitectos asumamos el reto de participar más activamente de la construcción de nuestras ciudades y esto implica no limitarnos a ofrecer soluciones volumétricas para el programa pensado por un cliente o una constructora, sino por el contrario tenemos que entrar antes al proceso y trabajar enfáticamente esas preguntas iniciales que con cada edificio nos permiten dar un paso más allá e ir depurando nuestras formas de habitar.
A modo de ejemplo, supongamos que a un arquitecto le encargan el diseño de unas viviendas sociales en un terreno determinado. En el caso Bogotano, con certeza le exigirían incluir una serie de espacios además de las viviendas como parqueaderos, portería, reja de cerramiento, gimnasio y bbq entre otros, pero el arquitecto por muy bueno que sea está solucionando un problema de forma, los números del proyecto ya están pensados y por consiguiente la volumetría, el área construida son unas resultantes que casi por azar se relaciona con el contexto, con los vecinos, preexistencias y por decirlo de alguna manera con la historia del lugar.
Ahora bien, es totalmente distinto cuando el arquitecto, alguien que por definición estudia la ciudad detecta distintos barrios, trazados y gentes, se preocupa por potenciar lo existente, posteriormente detiene a pensar el programa, ¿qué pasa si no hay parqueaderos o porteria y a cambio nos acercamos al centro? ¿qué pasa si quitamos 3 parqueaderos o el “spa” y a cambio ponemos una terraza a cada apartamento?
La opciones son infinitas y muchas serán válidas, pero es indispensable, que algunos desarrollos inmobiliarios los “pervirtamos” y los traigamos al plano de lo social, y le demos más importancia a el amor por nuestro oficio, que a la rentabilidad económica, que igual tiene que seguir existiendo. Y ahí, en ese momento es que nos preocupamos por la historia de ese lugar, donde añadiremos algún edificio que contrario a un icono se camufla valorando lo existente.
¿Qué proyecciones tienes para el futuro de la arquitectura en Colombia?
Soy optimista, hay mucho que hacer. Creo que, en este momento, Colombia y Bogotá están llenos de oportunidades.
Por un lado, me interesa la ruralidad colombiana. y en particular el pos-conflicto y la vivienda rural. Durante toda mi carrera profesional, he estudiado la diversidad arquitectónica de nuestro país. Quisiera retomar este tema para rescatar tipologías constructivas tradicionales y trabajar la vivienda desde una lectura de paisaje.
En el ámbito urbano, lo que hay es trabajo, se necesitan arquitectos y capacidad de proponer y autogestionar. Entre más arquitectos seamos, mejor para todos. Muchos pequeños edificios que pasen desapercibidos a primera vista pero de calidad y que reconocen y valoran el contexto es la mejor forma de hacer ciudad, para mi la principal virtud de una ciudad es precisamente su característica de construcción colectiva y lo que esto implica en términos de diversidad.
¿Algún consejo para los jóvenes próximos a convertirse arquitectos en Colombia?
En Colombia estamos en un gran momento, tenemos que entender el posconflicto en las ciudades y en lo rural. Hay miles de oportunidades y sinceramente creo que lo más importante es mirar y preocuparse por nuestra historia pues el futuro está en reconocer entre tanta diversidad las preexistensias, adaptarlas y potenciarlas.