La arquitectura cotidiana de El Cairo entre mercados y mezquitas

Alrededor de la una de la mañana en El Cairo, y pese a la oscuridad de la noche, todo se siente amarillo. Llegar a una ciudad de 9 millones de habitantes con un aeropuerto que mueve 3 millones de personas diarias es sobrecogedor, abrumador, o como diría Lovecraft describiendo a los que acechan en la noche, indescriptible e innombrable. En la penumbra, ya en la habitación de un hotel que algún lejano día tuvo su esplendor, puedo ver a lo lejos, escondida tras la siempre presente niebla, a la Gran Pirámide de Giza.

La ciudad implacable devora casi todo a su paso, el desierto hace resistencia, el turismo hace lo suyo y la esfinge por ahora solo observa. Alrededor de los lugares históricos siempre se está trabajando en restauración y arqueología, uno se saca el polvo del pie y encuentra vestigios: Sakkara —la pirámide escalonada —siempre está con andamios gigantes en madera seca, vieja de tanto caminar y esperar un nuevo descubrimiento para que cada puntal pueda descansar. El calor es sofocante en El Cairo, y si bien la memoria colectiva lo asocia a las pirámides y la esfinge, su vida respira desierto, diversidad, turismo, comercio y religión.

© Enrique Villacís

En Oriente tiendo a mirar hacia arriba y entrar a las mezquitas no es excepción: me es imposible bajar la cabeza ante su aplastante majestuosidad. Las mezquitas son todo un mundo paralelo, fresco y místico que refleja una genuina tranquilidad. Todo el mundo es bienvenido a cualquier hora del día y nadie cobra entrada, a diferencia de muchas capillas turísticas católicas. Los corredores continuos están protegidos por la sombra, hay agua fresca para todos y se percibe un silencio solemne. Durante los momentos de oración los llamados pintan el ambiente con magia, especialmente para un occidental como uno. La entrada siempre es obligada con un baño, un proceso de limpieza y frescura. El musulmán para entrar en una mezquita debe estar limpio, siendo el agua bendita en las capillas cristianas una reminiscencia de este rito.

Es necesario destacar la variedad de mezquitas en los barrios de El Cairo: uno se siente en Estambul por la influencia otomana en la Mezquita del Alabastro; en un cuadro de Escher en la Mezquita de Ibn Tulun; o en un palacio árabe salido de un cuento de las mil y una noches en la Mezquita de Riffai. Sin embargo, en todas se repite el rito de limpieza, el frescor, la necesaria sombra y el sentido de bienvenida; así, muchas veces uno se encuentra con personas de la calle que están descansando y protegiéndose del fuerte calor.

© Enrique Villacís

El culto musulmán fue traído a Egipto por los árabes: la primera mezquita es la de Tulun en el año 800 de nuestra era, que se encuentra en el barrio musulmán. La Mezquita del Alabastro, que era una cárcel y palacio de Saladino, es de origen turco. Mientras la mezquita Madrassa del Sultán Hassan, además de lugar de culto, era un centro de formación de imanes (persona que conduce el culto musulmán de una comunidad). Posiblemente debido a esto su diseño es confortable climáticamente: un eficiente sistema de ventilación por medio de chimeneas en donde el aire se encañona perfectamente, produciendo todo un microclima fresco por dentro y, a diferencia de otras mezquitas, tiene el lavatorio en el centro y los lugares de culto y aprendizaje en la periferia, haciendo de este lugar húmedo una fuente de frescor para todo el complejo.

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Nasser, mi buen amigo, es originario del barrio de la mezquita de Tulun y me comenta al pasear por su barrio de la niñez, que aún mantiene el aire de antaño aunque mucho más poblado y movido. Compartimos junto a sus hijos una delicia de fin de jornada de trabajo: “un menudo”, una especie de sopa que parte de todas las vísceras del chivo, un deleite.

A diferencia del Egipto de los años veinte, en donde había una fuerte influencia francesa e inglesa muy modernista —y hasta cierto punto liberal—, hoy se siente austeridad en la construcción y vestimenta, posiblemente debido a que el culto musulmán ha sido bienvenido con mayor fuerza. La hijab (pañuelo que cubre el cabello) suele tornarse en burka, un pañuelo que cubre todo el rostro de las mujeres. Según Nasser, las mujeres a los quince años deciden usar estas prendas y a medida que pasa el tiempo y su convicción se hace más fuerte, entonces van paulatinamente tapando más su rostro. En el caso de los hombres sucede igual con las túnicas: mientras más cubiertos están, más practicantes son. En los hombres otro rasgo que llamó mi atención fue que muchos tenían una mancha obscura en la frente. En mi ignorancia pensé que era una mancha de carácter hereditario, sin embargo, como me supo explicar Nasser, es producida debido al rezo, de tanto pegar la cabeza al piso se forma un callo.

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Se siente paz caminando por el barrio de Copto en El Cairo, aunque esté un poco tenso debido a un reciente atentado cercano. La paz que el pueblo musulmán emana, una paz de tolerancia y convivencia natural alejada de los dogmas extremistas. Me comparte Nasser que desde que los Hermanos Musulmanes están en el poder las cosas “andan mejor”. Si bien son fieles musulmanes, explica, no son extremistas.

Copto significa egipcio y es el primer barrio en el Cairo. Sin embargo, con el tiempo se ubicaron ahí los cristianos y judíos, de hecho se cuenta que María cuando peregrinó por todo Egipto pasó mucho tiempo en el Cairo. En este barrio de unos 200 metros cuadrados existe una mezquita, una iglesia cristiana ortodoxa y un templo judío en total convivencia, es por eso que además de ser un lugar representativo es un sitio caliente para los extremistas. Es asombroso enfrentarse al origen oriental del catolicismo, visitar estas capillas que aún siendo católicas guardan un aire totalmente árabe: el mudéjar, el olor a incienso y los cánticos, que para el oído ignorante como el mío suenan a las invitaciones al rezo musulmán.

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La ciudad tiene muchas luces, muchos soles y muchos aires, como toda ciudad cosmopolita: en la zona hotelera, vecina del Nilo, una luz más genérica y occidental; cerca de las pirámides, el calor del desierto se siente como brasas lentas y pinta todo de arena; el mercado es húmedo, denso y pesado, donde caminar es como estar sumergido en un tarro de miel aromática; cerca del museo y de la Plaza de la Revolución, los colores y el aire se sienten frescos.

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Tenía la inquietud de encontrar el lugar en donde los jóvenes pasan su tiempo, su lugar de encuentro, algo similar a Taksim en Estambul, sin embargo aparentemente no hay tal cosa en el Cairo. Acá, me comenta Nasser , se hace vida familiar y punto, pero luego agrega que los puentes sobre el Nilo son lugar de encuentro de los enamorados y la Plaza de la Liberación o Plaza Tahrir es el lugar de encuentro de los jóvenes después del trabajo.

Esta es la mayor plaza pública de El Cairo: después de la Revolución de Egipto de 1952, que convirtió al país de una monarquía constitucional en una república, la plaza fue renombrada como Midan Tahrir (Plaza de la Liberación) y es donde se dieron la revolución del 2011. Así, la enorme plaza Tahrir es y ha sido un lugar de encuentro de jóvenes, donde se toma té y se come falafel.

Otro lugar de encuentro, pero más de carácter familiar, es el gran mercado Jan el-Jalili. Los mercados del Oriente se sienten como los latinoamericanos: son exuberantes, mucha fruta, carne de cordero, olorosos y como en nuestras latitudes: mucho color, ruido y regateo. Deambulando por el sector comercial de la ciudad, uno se pierde en todo un sistema de pasos a desnivel que generan en sus bajos lugares de comercio y pausas, plazas atestadas de personas que compran, venden, circulan y sin caer en cuenta —después de pasar por dos mezquitas— uno está buceando entre mercadería y mercaderes en el mercado Jan el-Jalili. Se trata de una antigua zona de comercio que data del 1382, cuando el emir Dyaharks el-Jalili construyó un gran caravasar, una posada para comerciantes con estancias para animales y cargamentos. Acá es posible encontrar todo caminando por sus estrechos pasajes; uno simplemente se pierde y sin darse cuenta está nuevamente en el punto de partida, un auténtico laberinto en donde comprar es una actividad casi compulsiva. Es tanta su diversidad que felizmente paso desapercibido dada la variedad de etnias y productos del lugar.

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Igual de atestado y abrumador se siente el Museo Egipcio de El Cairo o Museo de Antigüedades Egipcias, diseñado en 1900 por el arquitecto francés Marcel Dourgnon en estilo neoclásico coqueteando con el art nouveau. En su interior uno es un auténtico Indiana Jones, descubriendo un lugar siempre en movimiento, pues las piezas están constantemente en gira por todo el mundo. El museo parece más una bodega después de una mudanza. Desde un ojo occidental como el mío es fácil criticar su “museografía”: es evidente que no tiene espacio suficiente para exponer todas las obras, tomando en cuenta que el museo contaba en su apertura con 12.000 piezas y actualmente tiene 150.000. Actualmente se encuentra en construcción el Gran Museo Egipcio, que pretende recoger la mayor parte de la colección, con una tecnología y una arquitectura mucho más “moderna”. Esperemos que su “modernidad” no borre su verdadera esencia: un lugar en donde se puede pasar horas perdido buscando en el tiempo.

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La noche en El Cairo trae algo de frescura y los enamorados van al puente sobre el gran Nilo, siempre presente en todo Egipto, mientras las familias más liberales se aventuran en un pequeño crucero por el río para celebrar alguna ocasión especial, con una cena y un pequeño espectáculo de derviches —danzantes ascetas muy coloridos— y de la danza del vientre, actividad turca que también va desapareciendo debido a la influencia del islam.

Desde el río por la noche se ve el intenso tráfico y aunque se reduce notablemente por la madrugada, nunca para: los camellos, los autos, los burritos y los chivos son paisaje cotidiano y comparten los mismos espacios. El tráfico es infernal y los semáforos son opcionales, tal como los carriles y los pasos cebra. Presencié muchos discusiones a gritos, sin embargo, y a pesar de la intensidad del momento, nunca sobrepasaron la palabra. Es como el uso de la bocina, suena por todo: porque frena, porque acelera, porque gira, porque saluda o se despide. Es abrumador y eso hace que el calor aun sea más insufrible, pero fascinante.

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Todo aparenta descuido en Egipto, especialmente en El Cairo: tuvo su época de brillo y nunca más se pulió, según los ojos occidentales. Todo aparenta caminar con parches que en realidad son bellas oportunidades de encuentro y en donde afloran las verdaderas personas. Camino al aeropuerto, se nos averió el auto y tuvimos que empujar largo trecho, nada funcionó. Al final vino toda la familia de Nasser —sus hijos, su esposa, y su tío— con una batería al rescate. Después de caminar y compartir junto a Nasser un Cairo mucho más complejo que el turismo, estoy seguro que el pueblo egipcio es profundamente respetuoso y altamente comprometido con un sentido real de convivencia. si bien las distancias culturales y religiosas aparentan ser grandes, en la práctica no lo son y eso es lo que debería celebrar.

Profundos agradecimientos a Nasser Bayumi, mi gran amigo cairense.

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Cita: Enrique Villacís. "La arquitectura cotidiana de El Cairo entre mercados y mezquitas" 18 sep 2018. ArchDaily Perú. Accedido el . <https://www.archdaily.pe/pe/900132/la-arquitectura-cotidiana-de-el-cairo-entre-mercados-y-mezquitas> ISSN 0719-8914

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