Estamos siendo testigos de un momento histórico, nos encontramos en los albores de un ineludible cambio de época. Las crisis (económica, social, energética y ecológica) en las que vivimos inmersos son algunos de los síntomas más evidentes de ello. No obstante, debemos hacer frente a este contexto desolador desde una perspectiva optimista, viéndolo como una oportunidad para subvertir todos los antiguos paradigmas que nos han llevado a esta dramática situación.
Pero ¿cómo nos preparamos para afrontar los retos urbanos de un futuro que empieza hoy? Desde luego no podemos hacerlo recurriendo a esquemas y herramientas pretéritas; como diría Einstein, «necesitamos nuevas formas de pensar para resolver los problemas de las viejas formas de pensar».
O lo que es lo mismo: nuevos tiempos, nuevas estrategias. Ante nosotros se abre un campo de experimentación absolutamente estimulante en el que tendremos que empezar a plantear estrategias profesionales estrechamente ligadas y permeables a todas las lógicas sociales y tecnológicas que están definiendo a este incipiente siglo XXI. Los nuevos retos que se nos plantean requieren no solo de nuevas herramientas, sino de un profundo cambio en las estructuras de pensamiento. No podemos afrontar los retos del nuevo siglo con esquemas mentales y metodologías de trabajo del siglo XX.
Por este motivo tenemos que abordar este inevitable cambio de época desde una nueva lógica enraizada en el pensamiento en red y en las nuevas estrategias procedentes de la esfera digital. Nuestra capacidad de adaptación y anticipación serán determinantes a la hora de definir el devenir de nuestras ciudades. Para ello es necesario pensar que la ciudad es siempre un proceso abierto, en estado de «beta permanente», como lo denominarían los programadores de software libre. Tenemos que entender la ciudad desde la perspectiva de las licencias copyleft, mediante las cuales libera la copia de un programa informático exigiendo que quien lo use tenga que utilizar la misma licencia abierta. Entender que las soluciones que apliquemos en la ciudad solo pueden ser óptimas si surgen a raíz de la cooperación entre los individuos que la habitan.
Estrategias urbanas en beta permanente
Seguramente, el concepto «beta permanente» originario del software libre es el que más claves aporta para hacer frente a este reciclaje de las prácticas arquitectónicas y urbanísticas que hemos mencionado. Es un término que hace alusión a, entre otras muchas cosas, la reivindicación del proceso frente al objeto (lógica procesual frente a lógica objetual), a la horizontalidad del trabajo y el pensamiento en red (cerebro colmena), al desarrollo de la inteligencia colectiva ciudadana, a la apropiación comunitaria de los proyectos como estrategia para la búsqueda de soluciones óptimas, a las estructuras rizomáticas, a la colaboración y al apoyo mutuo.
Necesitamos desarrollar nuevas metodologías y herramientas de trabajo tomando como punto de partida estas cuestiones, que nos permitan construir entornos urbanos más equitativos, solidarios, sostenibles y participativos. Asimismo, tenemos que generar nuevos canales y estrategias que permitan liberar la inteligencia colectiva y generar una retroalimentación constante entre ciudadanía, administración, técnicos, empresas de servicios, etc., es decir, establecer espacios de diálogo y de negociación imparcial entre los distintos agentes que intervienen en el territorio.
Trabajo en red
Uno de los factores principales de las estrategias urbanas en beta permanente es el desarrollo de dinámicas de trabajo en red. Tenemos que empezar a explotar las posibilidades que nos ofrecen Internet y las herramientas digitales. No podemos seguir limitados a nuestros espacios físicos de trabajo, tenemos que abrir el campo y establecer mecanismos que permitan implementar en los procesos creativos todas las aportaciones provenientes de la red y de nuestros contactos. Por otra parte, el que pasemos de una lógica competitiva a una colaborativa también responde al necesario cambio de paradigma en el ámbito profesional: tenemos que sustituir forzosamente la competición por la colaboración, por solidaridad y supervivencia.
De este modo también cabe considerar las redes sociales (blog, Twitter, Facebook, etc.) como ámbitos de trabajo en los que intercambiar experiencias, ideas, dudas y sugerencias para optimizar nuestros proyectos.
Con ellas podemos generar dinámicas muy interactivas en la esfera digital, para que el equipo de trabajo no se reduzca a las personas que trabajan en una oficina, sino que se pueda ampliar a toda la red de contactos que podamos tener y que quieran colaborar en nuestros proyectos, promoviendo estructuras de trabajo más abiertas y colaborativas. Así, mediante tuits o comentarios, cualquier persona que pertenezca a nuestra red puede enriquecer nuestros proyectos, aunque no participe físicamente en ellos.
Equipos mediadores imparciales
Otro aspecto clave en las futuras intervenciones en las ciudades es el papel destacado que debería desempeñar la ciudadanía, fomentando su participación.
Como ya sabemos, por norma general los procesos participativos impulsados por las administraciones han fracasado en su intento por promover la implicación ciudadana. Esta situación ha estado determinada principalmente por la falta de los canales adecuados a través de los que vehicular estos procesos, pero también por su propia condición jerárquica: al tratarse de estrategias cuya decisión procede de la administración, por muy bienintencionada que esta sea, gran parte de la población suele contemplar estas medidas como una imposición, generando un rechazo frontal a las mismas.
Para poder llevar a cabo todo este proceso equitativo de negociación urbana entre los distintos agentes que intervienen en el territorio y configurar espacios de debate y convergencia, consideramos necesario el establecimiento de un intermediario «neutro». A esta figura la denominamos «facilitador» o «mediador»: un equipo imparcial que haga de interlocutor y garantice la comunicación entre los actores.
Aquí la figura del facilitador aparece como la de un agente externo que promueve los procesos, resolviendo los problemas que se enquistan de manera propositiva; ha de tener la capacidad de detectar e interpretar las protestas ciudadanas.
Finalmente, estos mediadores tienen que tener un conocimiento exhaustivo de las dinámicas y canales existentes en un territorio para fomentarlos y encontrar las fórmulas específicas de cada caso en las que adaptar las propuestas de la administración.
Metodología DCP
El establecimiento de los equipos mediadores imparciales que faciliten la participación ciudadana a los que aludíamos antes es una condición necesaria pero no suficiente. Necesitamos integrar esta figura dentro de una metodología integral que tenga como objetivo fomentar y estructurar la participación ciudadana de forma eficaz.
El proyecto urbano ha de ser complementado con estrategias de visibilización, concienciación y pedagogía, y de apropiación por parte de los ciudadanos. De nada sirve desarrollar un proyecto si en primer lugar no somos realmente conscientes de los conflictos que hemos de resolver, si no somos capaces de implicar a los ciudadanos en organizaciones lo suficientemente representativas o si no se ha desarrollado una labor de pedagogía profunda. Para ello, establecemos una metodología que se lleva a cabo a través de los tres canales que estructuran los proyectos. Son tres estrategias paralelas en el tiempo pero transversales en el contenido: Difusión, Ciudadanía y Proyecto participativo.
(D) El canal Difusión proyecta tanto la visibilización de las propuestas a nivel local y global como su transparencia, principalmente a través de las posibilidades que ofrecen las redes sociales y las nuevas herramientas digitales de difusión, aunque sin olvidar los medios de comunicación tradicionales. En proyectos integrales, la difusión permite el intercambio de impresiones a nivel global, enriqueciendo así las propuestas.
La transparencia que ofrece la difusión se traduce en una herramienta de presión colectiva que supervisa el cumplimiento y la consecución de las propuestas.
(C) El canal Ciudadanía trabaja la concienciación respecto a la participación, el espacio público o la ecología, así como la identidad comunitaria a través de la pedagogía y la información. De esta manera se consigue generar una estructura social en la que queda reforzada la identidad comunitaria respecto al espacio urbano.
Específicamente se potencia el movimiento colaborativo, los valores del espacio público, los principios de sostenibilidad y el potencial de las herramientas digitales para facilitar los procesos.
(P) El canal Proyecto participativo se centra en proponer modelos de gestión y diseños urbanos transdisciplinares y participativos a nivel local y global a través de dos fases solapables: el diagnóstico propositivo y participativo y las propuestas piloto, para concluir con la propuesta final integral. Este canal requiere de los otros dos canales para su implementación.
Frente a objetos finalistas, trabajamos mediante aproximaciones sucesivas, de bajo coste y modificables, que cristalicen en intervenciones capaces de evolucionar por sí solas. Un proceso abierto en el que las acciones emprendidas hasta el momento definen las claves para seguir actuando.
Este artículo es una versión revisada y adaptada de «Nuevos tiempos, nuevas estrategias: Hacia una metodología urbana en beta permanente.», publicado originalmente en el nº 6 de la revista La Ciudad Viva.