Alice Recknagel Ireys nació en Brooklyn, Estados Unidos. Su afición por la jardinería comenzó desde pequeña, primero como un juego infantil durante los veraneos en la granja de sus abuelos y más tarde, ya adolescente, como voluntaria en los programas didácticos del Brooklyn Botanic Garden (BBC).
Fue en esta institución en la que, posteriormente, desarrolló algunas de sus obras más importantes, entre otras el jardín que hoy lleva su nombre, el Fragrance Garden Alice Recknagel Ireys, un diseño de 1955 que fue el primer jardín dedicado al disfrute de personas invidentes y adaptado a usuarios de sillas de ruedas.
Se formó entre 1931 y 1935 en el School of Architecture and Landscape Architecture en Cambridge, Massachusetts —una escuela creada por profesores de Harvard en 1916 cuando esta universidad no admitía alumnas.
En 1936 empezó a trabajar con el paisajista Charles Lowrie. En 1939, tras el fallecimiento repentino de Lowrie, Alice se hizo cargo de la dirección del estudio —sólo cinco clientes aceptaron esta nueva situación. En esta etapa, entre otros, culminó los diseños de plantaciones para el Red Hook Housing Project en Brooklyn y para el lago de la New York World’s Fair de 1939 y realizó un conjunto de zonas de juego infantil para el New York City Parks Department. Para estos trabajos se rodeó de otras mujeres paisajistas.
Sus trabajos son de relevancia en la proliferación de la cultura del jardín suburbano. El éxito de su primer libro How to Plan and Plant Your Own Property(1967), con sucesivas reediciones, es prueba de ello, también su colaboración como asociada en 1987 con la empresa de semillas W. Atlee Burpee & CO, con quien publicó nuevos libros y para quien diseñó una serie de jardines temáticos a partir del catálogo de la empresa. Estos diseños genéricos, a la venta, incluían planos y semillas que permitían a cada cual reproducir los jardines diseñados por Ireys.
Alice Recknagel Ireys fue en dos sentidos de gran significación en el paisajismo norteamericano del siglo XX. Por un lado, como mujer, con raíces en la tradición de finales del siglo XIX en la que ser paisajista se consideraba como una de las pocas profesiones apta para mujeres, fue capaz de asentarse como una importante firma del sector y atender a proyectos de envergadura hasta convertirse en una referencia; y por otro lado, su numerosa y diversa práctica visibiliza como el campo de trabajo evolucionó desde los exclusivos proyectos de fincas privadas y grandes trabajos públicos hasta la gran profusión, a partir de la Segunda Guerra Mundial, de trabajos domésticos para la sociedad norteamericana característicamente suburbana.
* Texto por Juan Antonio Sánchez Muñoz, cortesía de Un Día | Una Arquitecta
