Este es el título de un libro pequeño, antiguo, y poco conocido que llegó en algún momento a manos de una estudiante de arquitectura en una de sus tantas crisis arquitectónicas. Cuenta la leyenda que después de leer allí algunos poemas y reflexiones, ella no murió en el intento. Es interesante compartirlo y más intrigante aún, tratar de encontrar una respuesta contundente a la pregunta que titula este libro escrito por el arquitecto y crítico peruano Alfredo Queirolo.
La publicación fue escrita al paso entre 1991 y 1992, en un exceso de entusiasmo arquitectónico, entre Buenos Aires, Lima, Arequipa y Cañete. Por fuera, el librito luce con las dimensiones alargadas de... tal cual, ya lo dice el autor: "la idea fue hacer un tríptico, un libro que fuera al mismo tiempo varios..." donde considera las tres variables con las que un arquitecto convive día a día:
Precisiones - Reflexiones - Ficciones
El tríptico va desde lo más estático y consolidado hasta lo más efímero y dinámico. Empieza con precisiones que aparentan ser indisolubles: certezas que se han ido formando durante años con miras "hacia una nueva arquitectura peruana", de un espíritu joven que supera una crisis. Después, continúa con reflexiones que están en el término medio de la verdad: cuya premisa "cambiemos de tema" es el testimonio de la actividad desempeñada por el autor como crítico de arquitectura de Lima, lo que le ayudó mucho a entender la arquitectura de su entorno inmediato, como para entenderse a sí mismo. Finalmente, termina en el terreno movedizo de las ficciones, el más encantador, pero a la vez el más desgarrador: "...dont hurt me/...y una que otra pena/...no morir en el intento". Quizás la mejor parte del libro. Porque aunque se oculte en onomatopeyas, los sentimientos inquietantes de este arquitecto son evidentes. Aquí, narra sus pasiones a través de cuentos.
Aunque el verdadero final se consolida en la posdata, disfrazada de anexo, revela al libro como una suma de cartas, lo que es en realidad la clara esencia que acompaña y subyace todo el tiempo. Son tres poemas finales que se muestran como tal, aunque ya a lo largo del libro se devela la arquitectura como un poema, al arquitecto como un artista. Por eso leer este libro es ligero y denso a la vez. O puedes empezarlo con optimismo y sintiéndote seguro de los consejos y respuestas que crees hallar, hasta que llegas al final y te puedes quedar con una sensación de inseguridad sin ninguna respuesta clara y divagando en el terreno emocional.
¿Por qué el libro ofrece inicialmente una pregunta tan retadora para al final dejarte abandonado en las emociones desoladoras? ¿Qué quiere decir con esto? Una posible respuesta está en precisamente ser arquitecto combinando esta tríada de principio a fin, o en el desorden que convenga. He ahí una fórmula clara como respuesta: precisiones más reflexiones más ficciones. Teniendo precisiones, aquellas certezas, esos valores inquebrantables formarán una postura del tipo de arquitecto que somos o queremos ser; luego las reflexiones no son más que invitarnos a siempre estar atentos, filosofando, sin conformarnos, porque así llegamos a genialidades o también a ideas mágicas; y aparecen así las ficciones, las del terreno imaginario que es muy importante, pues alimenta la creatividad y aviva las emociones, nos hace más sensibles aún, que aunque puede ser difícil sobrellevar, estas nos pueden llevar a grandes verdades o en el mejor de los casos a imaginar tanto como lo que queremos construir.
A pesar de los mencionados tres capítulos claramente definidos, en el fondo el contenido del libro se encuentra en la resonancia de cada una de las palabras del título. El título evoca en sí mismo, y cada palabra resuena independientemente. Curiosidad, expectativas, preguntas, confusiones, malentendidos, rechazo, polémica, gracia, perfecta identificación...qué no provoca este título. Es así que surge una lectura transversal generando interrelaciones entre las tres partes y la pregunta que congrega...por separado no, integrando sí.
Cómo - ser - arquitecto - y no morir - en el intento.
Cómo-
Sí, ¿Cómo? Hay una serie de "cómos" que se presentan en este libro, los cuales aunque son ironía, valgan verdades. Uno de los pensamientos que da la mejor respuesta es: “Cuestione y viva cuestionándose. Indague sobre su apellido, sobre su árbol genealógico. Vea su libreta electoral – o su cartón de arquitecto- y psicoanalícese. ¿Quién soy? ¿Adónde voy? ¿Qué tipo de arquitectura debo hacer yo? Pero no lo olvide: no llegue a ninguna conclusión. Lo importante es preguntarse, no responderse.”
-ser arquitecto-
Nuestro "ser" condiciona nuestro "hacer", por ello todo lo que somos, vivimos y sentimos es lo que producimos. Entonces vale ser arquitecto con pasión, seriedad, dedicación. Parte de convertirse en arquitecto nos hace ser críticos de lo que nos rodea, pues sino cómo mejorar lo malo o cómo aprender de lo bueno. Para saber los límites de cada uno, desde lo que más amamos hasta lo que más odiamos. “Me molestan los grandes edificios que destruyen una zona que solía ser mía (y de todos) porque era bella, y porque esa belleza formaba parte de un recuerdo. Me molestan los pésimos edificios que han sepultado bellas casonas y que ahora se alzan soberbios, como vencedores de una batalla que jamás existió.”
-y no morir-
Para no morir, no olvidar el sueño de cambiar el mundo. Es una de las simplezas que propone el libro así como valorar donde vivimos, pues hay mucho por hacer. El espíritu del lugar es lo que nos diferencia y nos alimenta. "Conozca su país primero. Aprenda a descubrir tras esa esquina de su calle algo rescatable, algo hermoso y poético que lo ayude a imaginar la atmósfera que debe poblar un espacio latinoamericano. Aprenda y respire hondo. El secreto está en sentir y no tanto en decidir." Y si tenemos días terribles, no normalizarlos, sino vivirlos tal cual. "- Muy bien, un día normal. ¿Un día normal? ¿Cuántos días normales habrán terminado con la vida de muchos tipos como tú?."
-en el intento.
En los días de nublados intentos, recordar que la arquitectura va mucho más allá, que así como un poema, es capaz de evocarnos cosas que trascienden ampliamente su ser físico. Luz-libertad, amplitud-movimiento, penumbra-reflexión, etc. Habitar un lugar es una manera de hacer poesía. Si sigues intentando, sabrás que "muchas de las manchas de tinta y lápiz que se irán en el fregadero del lavabo son heridas de batalla, y deben conservarse sólo para mantener la memoria de una lucha", y aunque a veces creas que "agarrar el lápiz con decisión y convicción no va a resultar", finalmente la crisis es crear.
Al final, una de las sensaciones que deja este libro es la de: en vez del "cómo" reemplazarlo por el "quiero" ser arquitecto, intentarlo, no morir, sino vivir por ello... con la misma pasión que mata pero revive. Y aunque deja un sinsabor y pena -por qué no- por los avatares, delirios y catarsis del autor con los que uno inevitablemente puede sentirse identificado, esto es parte del camino de los contrastes y búsquedas de equilibrio e inspiración de la vida arquitectónica. Estos son los intentos. Y "debes amar el tiempo de los intentos..." nos canta Silvio.
Advertencia final: Si por las noches soñara con dragones de vidrio, con estrellas azules sobre un fondo verde, plazas llenas de columnas de sección heptagonal, tableros rotos, café frío, trompetas extendidas, hombre con la mirada serena, un zapato o mujeres sonriéndole desde algún carrizal, entonces recuerde: las musas lo están visitando para volver a hacer de su vida una angustia, un tormento, un calvario.
PD: Te quiero "a retazos", como diría una de las musas de inspiración del autor.