La Villa Savoye de Le Corbusier es una obra maestra, y por lo tanto es muchas cosas. Se ha hablado y escrito muchísimo sobre ella, y se seguirá hablando y escribiendo muchísimo más. Como todas las obras maestras, es inagotable; porque no solo es lo que es, sino lo que cada uno de nosotros queremos que sea.
Yo tengo poco que decir, y aun eso poco ya estará dicho más de una vez. Pero, de todas formas, voy a decirlo. Es apenas una observación marginal (como de costumbre) y tal vez un poco simplista (como de costumbre): Le Corbusier tiene un croquis muy famoso en el que simplifica cuatro formas de diseñar o de concebir un edificio. Es muy claro, como siempre.
La primera es diseñarlo como el edificio quiera ser; dejarlo crecer y manifestarse libremente, orgánicamente. Cada pieza y cada espacio se ubican según convenga y toman la forma que necesiten. El ejemplo que dibuja es su casa La Roche/Jeanneret en París.
La segunda es hacer un volumen macizo, compacto: tiene muchos edificios así, aunque ninguno tan soso ni tan torpemente macizo. Podría ser, por ejemplo, el edificio de Manufacturas Duval, en St. Dié, o el Secretariado de Chandigarh.
La tercera es hacer una estructura muy rígida y cuadriculada y moverse libremente dentro de ella. Conceptualmente tiene muchas obras así, pero ninguna tiene la forma del croquis nº 3. Pongamos por ejemplo el Centro de Artes Visuales de Cambridge, en la Universidad de Harvard, y el Palacio de Congresos de Estrasburgo.
Y la cuarta es la suma de todas las anteriores: una disposición en planta que se organiza libremente, pero que exteriormente parece un volumen compacto, una caja, y que, con una estructura regular, se toma todas las libertades que quiere. El ejemplo palmario de esta es la Villa Savoye. En definitiva, es un regalo dentro de un estuche.
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