En el siguiente artículo, publicado originalmente en Ladera Sur como "Arquitectos en el paisaje", la arquitecta y docente chilena universitaria Paula Aguirre, postula que tras años de rechazo al trabajo del paisaje como elemento de la arquitectura, la "reciente incorporación del paisaje en las mallas curriculares (universitarias) de las escuelas de arquitectura local establecen una inflexión en el desarrollo histórico de la materia".
Según la autora, esa apuesta "es más ambiciosa y tiene que ver con observar y comprender el entorno a través del prisma de la arquitectura. Bajo esta mirada, la naturaleza y cultura se integran y el paisaje pasa a ser un proyecto del hombre sobre el territorio".
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Hasta el 2005, año en que egrese de arquitectura, poco era lo que se hablaba y sabia de paisaje en esa escuela. Recuerdo haber trabajado mi proyecto de título en un predio libre de 100 por 300 metros inserto en el centro de La Florida (Santiago, Chile). Mi intervención se concentraba en los bordes, donde se ubicaban una serie de programas destinados al ocio. Su arquitectura proponía generar un traspaso paulatino entre el tejido urbano y el vacío que evocaba el sitio. Las representaciones del sitio eran literalmente un vacío, superficies blancas y achurados tenues que insinuaban la presencia de árboles y agua.
Durante las correcciones parciales y hasta la presentación final nunca se reparó en este “olvido” del predio. En la docencia de ese entonces, salvo casos excepcionales, el sitio era considerado como el contexto de la arquitectura, aquello que la rodea y que puede ser apreciado desde el espacio construido. Su hermosamiento con árboles, césped, fuentes y flores era ocupación del paisajismo, oficio técnico de diseño y construcción de jardines.
El paisaje, como materia mayor, era un patrimonio compartido por dos corrientes académicas disimiles. Por un lado la estética, el arte y la filosofía se ocupaban del paisaje representado, pictórico y literario, por otro, la ecología, presente en escuelas de ingeniería forestal, agronomía y geografía, se ocupaba de los componentes y procesos que lo conforman. La reciente incorporación del paisaje en las mallas curriculares de pregrado y programas de postgrado de las escuelas de arquitectura local establecen una inflexión en el desarrollo histórico de la materia. El traslado del paisaje a la arquitectura lo sitúa en un ámbito ambiguo entre la ciencia y el arte, esto permite por fin comenzar a aunar definiciones estéticas y científicas de la disciplina.
Al incorporar el paisaje las escuelas de arquitectura no están buscando formar profesionales con conocimientos de jardinería. La apuesta es más ambiciosa y tiene que ver con observar y comprender el entorno a través del prisma de la arquitectura. Bajo esta mirada naturaleza y cultura se integran y el paisaje pasa a ser un proyecto del hombre sobre el territorio.
El taller de proyectos constituye una instancia demostrativa respecto a la mirada y posibilidades que ofrece la arquitectura del paisaje. Una vez determinado un lugar de trabajo, y previo al desarrollo de una propuesta, los alumnos visitan el terreno para observar acuciosamente el sitio. La visita busca, por medio de la experiencia, comprender y levantar los distintos elementos que conforman un paisaje determinado; topografía, hidrología, suelos, vegetación, vientos, etc.
El objetivo es encontrar, en el lugar, las temáticas y procesos que conducen a proyecto. Sin embargo es aún más relevante el posterior traslado de la información observada en terreno a modelos de representación pertinentes; plantas, cortes, maquetas e imágenes. Las representaciones miden el lugar y son además la herramienta mediante la cual es posible manipular el territorio para generar un proyecto nuevo. En consecuencia, mientras más ilustrativos y creativos sean los modelos, más reveladoras y relevantes serán las operaciones en el paisaje.
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