A pesar de las críticas recibidas en distintos foros, el avance de los barrios cerrados pareciera no tener límites en la región metropolitana de Buenos Aires. Hoy ya existen cerca de 600 que albergan a una población de 150 mil habitantes en una superficie de 500 km2, equivalente a más del doble de la Ciudad de Buenos Aires y al 1% de la población metropolitana.
La depredación de árboles, la eliminación de espacios naturales, la pavimentación indiscriminada, la polderización de antiguos humedales, la oclusión de la desembocadura de los ríos interiores constituyen algunos de los efectos que un barrio cerrado requiere para conquistar el territorio.
Tras el auge de ciertos formatos residenciales de prestigio, como “country club”, “club de chacras”, “barrio semicerrado” y “torre country”, en evidencia de la hegemonía en la oferta residencial para sectores medios de la población, se ha instalado recientemente una nueva tendencia: los “barrios cerrados temáticos”, que intentan envolver en glamour y refinamiento al desarrollo inmobiliario en la región.
Algunos emprendimientos apuestan a un paisaje pseudo-medieval que aluda a un estilo de vida puebleril (como “Torrepueblo”, en Benavidez). Otros, en cambio, prefieren recrear imágenes caribeñas, con extensas playas de arena blanca (como “Lagoon”, en Pilar). Y también aparecen aquellos que buscan emular ciudades acuáticas (como “Venice”, en Tigre).
En un escenario con fuerte presencia del Estado, el mercado inmobiliario sigue liberado a su propia iniciativa, con un patrón de expansión urbana que carga sus costos al conjunto de la sociedad. Sin embargo, estos emprendimientos fascinan a buena parte de la clase media local que aspira a concretar ese sueño bucólico de vivir en un entorno apacible y frondoso.
Este artículo fue inicialmente publicado en Plataforma Urbana.