El Edificio Giraldo (1958) es de esas construcciones que no pueden pasar desapercibidas una vez el transeúnte recorre la emblemática Carrera Séptima de Bogotá o simplemente baja de los cerros orientales desde el cercano municipio de La Calera. En términos prácticos, este edificio multifamiliar se emplazó en su momento en una importante área de crecimiento y se ensambló entre los edificios Ogliastri (1958) y Blanca M. Ponce (1958), contemporáneos al Giraldo y además, representativos del espíritu de la época, el modernismo canónico y académico.
Fernando Martínez Sanabria fue de esos arquitectos colombianos que en cuya modestia y discreción, nacieron grandes obras destinadas a ser clásicos. El “Chuli” o “El Mono” tenía un especial apego hacia el ritmo, la secuencia y la fluidez, evidenciado por sus clases en la Universidad Nacional de Colombia en donde ponía a sus alumnos a escuchar Rachmaninoff o Scrabin. Se podría decir que su vida profesional eclosionó con el proyecto Colegio Emilio Cifuentes (1959), el cual obtiene el premio a la mejor obra dibujada en la primera Bienal Colombiana de Arquitectura y marca una pauta en la arquitectura orgánica y la aproximación matérica al lugar. Este hito arquitectónico vino desembocado en la original experiencia del Edificio Giraldo.
Su fachada es una secuencia rítmica de balcones elaborados en concreto, sueltos, dilatados y desprendidos que tienen como propósito crear ritmo en el edificio y a su vez, desde el interior, enmarcar el paisaje urbano próximo. Cabe anotar que este gesto, evidencia gran parte del eje rector de la obra de Martínez Sanabria: la combinación tosca de materiales como el concreto y el ladrillo y las reminiscencias históricas, en este caso, los balcones-cajón de las casonas del centro histórico de Bogotá.
En términos generales, el proyecto consta de un gran cascarón, una gran envolvente que contiene en sí misma, todo el programa del edificio. Desde la forma en la que se asienta en la trama urbana, Martínez Sanabria desarrolla un edificio con una conexión directa hacia el andén, sin rampas ni aislamientos pronunciados y genera espacio semipúblico con jardines discretos y bancas fluctuantes. La concepción original de este proyecto viene de ser tratado por el arquitecto como una “gran casa”, un vecindario en altura que contiene y desarrolla todo su interior al máximo sin desperdiciar ningún rincón.
Al entrar al edificio, guiados por una fluida pérgola de concreto, evidenciamos que la fluidez exterior se traslada al interior, el cual dota de movimiento a pesar del limitado espacio que tiene. La madera se transforma en protagonista y todas las áreas comunes del edificio están impregnadas de ella, incluidas recepción y escalera.
En la tipología de dos apartamentos por piso, el Chuli decide crear un eje de servicios oriente-occidente con salida a la fachada para desarrollar en él la cocina, alacenas y depósitos, partiendo en dos el área. Entre tanto, crea un eje “húmedo” de norte a sur, ubicando los baños que ventila por un ducto que viene desde los mismos apartaestudios en la primera planta. En términos generales, la estrategia de diseño es crear un plano cartesiano donde permita desarrollar una tipología de 90º grados (4 apartaestudios), 180º grados (2 apartamentos familiares) o un penthouse de 360º en dicho “plano cartesiano”.
De este primer piso, se acceden a los cuatro apartaestudios, las cuatro unidades habitacionales ensambladas en la primera planta. Es de destacar que el edificio se desprende en dos directrices aquí, ya que puedes bajar por las escaleras hacia el lobby de los apartamentos dúplex o subir hacia el resto del edificio. Los dúplex, invisibles a la vista en su fachada principal pero protagonistas en su fachada posterior son comedidamente extraños ya que su entrada (sótano 1) te conduce o a la escalera del apartamento (vestíbulo) o a las habitaciones, siendo que su áreas comunes se establecen en el sótano dos. Parece un despropósito a primera vista, pero es justificado por el precioso jardín desarrollado en el aislamiento posterior.
Fernando Martínez quería que todas las unidades pudieran disfrutar al máximo la luz y las visuales del terreno. Es por eso, que los apartamentos de la tipología 180º se rotan entre sí para “compartir” la fachada: unos ubicarían las áreas comunes hacia el oriente y las habitaciones hacia el occidente y el apartamento contiguo, lo haría de forma inversa. Es este movimiento el que crea la característica fachada rítmica e idéntica en ambos lados del edificio.
Muy a pesar de lo rígido que podría verse el proyecto en su exterior, el ritmo y el movimiento comienzan a gestarse en su interior, como preámbulo a lo que vendría después con la casa Wilkie (1962): muros curvos, fluidos que conducen hacia las visuales existentes y los paisajes creados. Al final, el Edificio Giraldo ya esbozaba ciertos trazos de organicismo y comenzó un dialogo nuevo en la arquitectura del país, planteando reflexiones sobre formas y materiales que tuvieron efectos por los próximos treinta años.
- Área: 550 m²
- Año: 1958
-
Fotografías:Dan Gamboa Bohórquez