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Arquitectos: MACLA Arquitectos
- Área: 1065 m²
- Año: 2013
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Fotógrafo:Diego Opazo
Una desapacible tarde de primavera tuvimos nuestra primera toma de contacto con el edificio a raíz de nuestra intención de presentarnos al concurso convocado por el ayuntamiento de Orihuela. Nuestra íntima relación personal con la ciudad nos había proporcionado una experiencia visual que se reducía a ver el estado exterior del conjunto, experiencia que poco nos hacía presagiar el impacto que nos produjo entrar en ese espacio olvidado desde hacia mucho tiempo y que apenas podíamos atisbar desde los múltiples paseos que habíamos recorrido por sus fachadas. Penetrar por la antigua puerta de madera que recae a la calle del Hospital, y ver en semipenumbra el deteriorado espacio interior del acceso, no hacia sino evocar en nuestra memoria episodios pasados de experiencias vitales poco agradables derivadas de su uso como hospital de beneficencia.
Nuestra respuesta fue inmediata y casi irracional, cruzar la primera sala y llegar al claustro, o mejor dicho, al espacio central que suponíamos debería dotar de una luz serena las antiguas dependencias hospitalarias. Sin embargo, una vez traspasamos el arco que nos separaba del deambulatorio bajo el sencillo rótulo de “casa de oficios” que en su frente se podía leer , y ver el estado del claustro, no hacía sino confirmar nuestras primeras sensaciones de abandono. Un enorme ciprés jalonaba el claustro de una manera casi imposible debido a su difícil verticalidad; no pudimos sino pensar en lo lejos que quedaban aquellos versos que Gerardo Diego escribió en 1924 sobre el ciprés del Monasterio de Silos Esta desazón inicial se reforzó también por la gran cantidad de arbustos que habían surgido de manera espontánea imposibilitando la percepción de los andadores centrales, o por la falta de pavimento en grandes zonas del deambulatorio, circunstancias que nos invitaban igualmente al desasosiego, y porque no decirlo a la dificultad de la empresa a acometer.
Incluso la fuente situada en la intersección de los andadores a duras penas se podía ver con claridad aunque era evidente su escasa estabilidad por el desplome que mostraba. En esa posición y mirando al techo del deambulatorio se podían ver las bóvedas de crucería marcadas por los arcos que recorren sus fachadas y al fondo la imagen de la Virgen de la Milagrosa en una especie de altar que dominaba el escenario. Las bóvedas de arista aparentemente se encontraban en un estado aceptable de conservación, en comparación con el resto de la estructura muraria, si bien debíamos asumir la existencia de innumerables fisuras que marcaban la fatiga de una construcción que se vislumbraba por tanto de una escasa calidad material. a excepción de una esquina que se había hundido lo suficiente como para agrietar los arcos que la soportaban. Nos resultaba fácil imaginar los pasos serenos y mudos de las monjas de la Caridad encargadas del cuidado de los enfermos recorriendo los andadores concebidos como espacios inundados por la paz. Casi era un susurro y comprendimos que el claustro era el límite entre el sonido y el silencio, la frontera entre lo divino y lo humano y como tal un elemento arquitectónico que debíamos de potenciar en nuestra propuesta.