Podríamos empezar diciendo que el local no quiere ser interior, que se siente más a gusto perteneciendo a la calle que al volumen de un bloque de viviendas, su situación en esquina lo facilita, la fachada está preparada para abrirse al exterior. Así, todo el esfuerzo en la fachada está encaminado a que desaparezca, a que no sea un límite, sino simplemente una necesidad constructiva y funcional. De esta manera la fachada se convierte en grandes paños acristalados, que alcanzan toda la altura del local, y dan la vuelta desde la calle Colón hasta la calle Cárcel Corona, poniendo en estrecho contacto la calle con el interior, que ahora es un poco más exterior.
El interior del local se depositan en el fondo todas las necesidades funcionales de aseos y almacén, dejando espacio libre para las mesas y la barra en el frente de calle. Poco a poco, los aseos y el almacén fueron buscando su geometría precisa, aquella que les haga ocupar la mínima superficie para facilitar mayor espacio de público, y casi como se arrinconan cajas o muebles contra una pared, estas estancias fueron amoldándose unas a otras, montándose encima, encontrando su perímetro óptimo.
El resto del local pertenece a la calle, su frente construido no es la fachada exterior, sino las fachadas interiores de aseos y almacén. El resto sólo está ocupado por la barra y la zona de mesas.
En relación al programa específico de cafetería-bar, se da una alusión directa a este tipo de actividad, o puede que a como nos imaginamos esta función, como un lugar de cruces de miradas, algo vouyerística. Es por esto que sobre la zona de mesas se adapta una de las pinturas de Tamara de Lempicka, ‘The pink tunic’ para descomponerla en multitud de pequeñas piezas cerámicas que como manchas de color abstraen el dibujo original y lo sitúan por encima, en el techo, en una forma de arco, ligeramente abovedada, que se extiende sobre la zona de mesas. Desde el exterior, podemos identificar la forma del dibujo, la podemos observar y acercarnos para aumentar el detalle. Pero una vez dentro, el detalle se pierde, sólo hay manchas de color, y ahora es ella, la imagen descompuesta, la que nos observa a nosotros. Se trata de un juego vouyerístico en el que sólo podemos ganar en la distancia.
Casi sin intención, el local pasó de hacer referencia explícita a su localización en su nombre (Distrito 5), a establecer lazos más lejanos, aunque ahora también muy próximos.